lunes, 22 de septiembre de 2014

Profesionales.

Ese sonido. El que ya me parecía tan familiar, ese que todos conocemos. El sonido del motor rugir, antes de arrancar. Puedo notar todos y cada uno de mis músculos en tensión, si esto no sale bien, simplemente estamos jodidos. No es que no lo haya hecho antes, solo que cada nuevo intento es una nueva misión suicida. Pero esto es lo que soy, esta es mi vida.
Jugueteo con mis manos, intentando disipar los nervios y la tensión. Ninguno de los cuatro hablamos, se puede cortar el ambiente con un cuchillo. Noto el picor del pasamontañas en la cara, siento como aplasta mi cabello contra la frente haciéndome sudar, aunque dudo que esa sea el único motivo por el que lo hago. Miro a mi derecha. Junto a mi, en la parte trasera de este coche, va mi aliado, el socio en el que más confío, mejor amigo si prefieres llamarlo así, o lo que sea, mirando las calles pasar. Se intenta hacer el fuerte, como siempre. Bueno, más bien como todos. ¿Quién dijo que los de nuestra profesión no tenemos miedo? Puras falsedades. Sabemos lo que nos jugamos, sabemos todo lo que esto conlleva. Pero sabemos mejor que nadie todo lo que podemos ganar, mejor dicho, todo lo que solemos ganar.
-Miguel, ¿Estás bien?- Digo, por algún motivo. No es que me preocupe que la cague, sé que lo hará bien. Pero siento que su tranquilidad me tranquiliza, así que, sabiendo que va a responder que si, esta pregunta tan solo se puede considerar como un estúpido acto de auto concienciación. -Si, claro.- Seco. Puedo notar la sequedad en su voz. Nervioso, como todos. Y, al contrario de lo que me esperaba, esa respuesta no me relaja para nada.
Miro a Isma. Él tan solo conduce de la manera más normal posible, sin llamar la atención, con la vista fija en la carretera. Raúl, a su lado, mira a sus pies, haciendo los típicos ejercicios de respiración.
Me fijo en las calles, dándome cuenta de que ya sólo quedan dos manzanas. Cierro los ojos, y intento dejar mi mente en blanco. Necesito toda la concentración de la que pueda disponer. Esto no es ninguna broma.
Abro los ojos. Ya hemos aparcado en el aparcamiento. Sin que me de cuenta, mi rostro ya ha cambiado. El rostro de dureza y concentración. El rostro casi inexpresivo de siempre, el de líder. El rostro del Rubén que todos conocen. Y con todos, me refiero a todos. El rostro del cabecilla de la banda terrorista más conocida del país en estos momentos.
Salimos del coche, dejando a Isma solo. El plan es fácil, a la antigua. Entramos, apuntamos, nos lo llevamos todo y Isma nos recoge para huir. No es un banco muy grande, no habrá problema, todo está calculado al milímetro.
Nuestras pisadas resuenan en el asfalto casi al unísono, con nuestras botas negras militares. Cada uno con su bolsa, su equipo y sus armas. Un perfecto equipo, sincronizado como ninguno. No es que no tengamos más miembros, somos casi 15 en total. Pero para esta misión tan solo necesitaba tres hombres. Mis camaradas de total confianza. Mis amigos, supongo.
Ya estamos en el callejón que da a la calle principal dónde está el banco. Hemos dado un rodeo, no entra en el plan que media ciudad nos vea llegar totalmente armados y equipados. No.
Nos agachamos, y Miguel y Raúl me miran, serios, concentrados, esperando mis palabras.
-No hay nada que decir, más que lo de siempre. A partir de aquí, olvidad vuestros principios. Sed profesionales. No disparéis a civiles a no ser que queráis dejarle 2.000 de vuestra parte al limpiador. Nada que no sepáis. Y por encima de todo, ni se os ocurra cagarla.- Miro a Miguel. Asiente ligeramente, y en sus ojos puedo distinguir la adrenalina. Pero parece tranquilo, eso está bien. No puedo perderle, o al menos, no hoy.
Me pongo de pie y me asomo a la calle. Nada de lo que preocuparse. Así que, suspiro, apartando de mi mente todo el miedo, cargo mi CZ100 y la alzo por encima de mi hombro, sujetándola con las dos manos. Miro a los otros, y compruebo como hacen lo mismo con sus AK47, colocándoselas listas para disparar. Aquí es cuando todo esto se pone serio. Frunzo el ceño. Que comience la acción, me digo. Comienzo a andar, con paso decidido, sin bajar ni un momento el arma. Pego una patada en la puerta del banco, abriéndola de par en par, y resquebrajado el cristal. Tengo tan subida la adrenalina que no soy capaz de sentir el dolor, y eso está bien.
-¡Esto es un puto atraco! ¡Todo el mundo al suelo!- Grito, mientras por el rabillo del ojo veo como Miguel y Raúl apuntan a los civiles, uno por cada lado del establecimiento. Bajo rápidamente la reja de cierre del local a la fuerza, y el sonido retumba por todo el banco, junto con algún que otro grito o gemido asustado de mujer. Miro a Miguel, quién asiente. Todo controlado, entonces. 
Por mi mente pasa el pensamiento de qué sería de este atraco, y de los demás golpes sin él. Es mi pilar básico, mi apoyo, tanto físico como psicológico. Lo necesito. Me reafirmo entonces en la idea de que no debo dejar que muera, por ningún concepto. 
Pero enseguida me doy cuenta de que tengo que ser rápido, estas operaciones se basan mayoritariamente en la rapidez, y nunca se puede estar más de cinco minutos en el local con un plan de atraco como este. Así que salto el mostrador, cojo al dependiente por el cuello de la camisa y lo levanto, apuntándole con la CZ100 directamente en la sien. Le miro a los ojos, lo tengo a menos de diez centímetros de mi rostro. Puedo notar todo su miedo y su ansiedad, pero yo no siento nada. Su sufrimiento para mi no significa nada. Ni el suyo, ni el de nadie. Sólo un puñado de personas me importan. Desde hace años que toda la humanidad me resulta insignificante y débil. Podría volarle la cabeza ahora mismo y no sentir nada. No es que sienta placer al matar, simplemente es que no siento pena. Una vida inútil e insignificante menos. Me da exactamente lo mismo, y por eso soy tan bueno en mi campo. Soy como una máquina programada para esto, y no me importa.
-¿Has llamado a la policía?- Lo meneo un poco, y se lo repito con más agresividad. -¿Has llamado? Dime la verdad, o tu sangre va a acabar esparcida por el suelo.- Presiono un poco el arma sobre su cabeza, ejerciendo presión. El hombre niega con la cabeza, asustado, incapaz de hablar. -Bien... ahora, me vas a llevar con el señor director. Y me vas a abrir la puerta. ¿Entendido?- Cogiéndole del brazo con un rápido movimiento, lo pongo de espaldas hacia mi sin soltar su muñeca, haciéndole la típica pero eficaz llave que utilizo siempre. Subo un poco el brazo, de manera que le duela y le coloco el arma en la nuca. Giro la cabeza, comprobando que toda la parte de los civiles y los chicos esté en orden. Al ver el rostro tranquilo de Miguel, empujo al hombre y me conduce rápidamente entre los pasillos. Sé que me está llevando al lugar correcto, me conozco este banco desde la puerta principal hasta la sala de electricidad. 
En medio minuto llegamos a la puerta del director, y a la de la supuestamente secreta caja fuerte. El hombre pasa su tarjeta por la cerradura, y puedo notar como no consigue pasarla bien a la primera por culpa del intenso tembleque que se ha apoderado de su cuerpo. Una reacción normal, pienso. Casi todos son iguales. Débiles.
En cuanto abre la puerta, lo tiro al suelo, y veo como rápidamente se encoge sobre si mismo en una esquina del pasillo y comienza a mecerse en posición fetal. Está presa del pánico. Lo miro por última vez, frunciendo el ceño por lo patético que me parece, y entro en la habitación, cerrando la puerta tras de mi.
En cuanto me doy la vuelta, veo exactamente lo que cabía esperar. El hombre, desesperado, tratando de cambiar la combinación de la caja fuerte a una aleatoria para no poder acordarse después, y por lo tanto, no poder decírmela. Pero no llega a tiempo. Corro hacia él, cogiéndolo de la parte de atrás del traje, y tirando de él con todas mis fuerzas, obligándolo a caer de espaldas al suelo con un gran impacto. Salto sobre él, sentándome en su abdomen, clavando con una mano su hombro al suelo, y con la otra, apoyando la CZ100  en su frente. El cañón ya ni siquiera debe de estar frío, pienso.
Lo miro, y, como en tantas otras veces, no siento nada. Absolutamente nada. Y, de repente, oigo su voz:
-Por qué me haces esto... por que nos haces esto a todos... Rubén.
Cambio mi expresión, a una de notoria ironía. A pesar de que no puede ver nada más que la franja de mis ojos, sé que sabrá interpretarla. Al fin y al cabo... es mi padre.
-Dame la combinación, ahora.- Respondo, imperturbable. No me queda mucho tiempo, necesito sacársela enseguida.
-Pero... Rubén... Que te has hecho. No solo si haces esto vas a condenar a tu propia familia. Sino también a ti mismo y a todo el país. No entiendo por que has acabado así.
En realidad, nada de esto viene por los clichés de los traumas infantiles. Nada me faltó en mi niñez ni adolescencia. Ni objetos, ni amor. Tenía amigos. Nunca toqué la droga. Simplemente, nací para esto. Al igual que toda mi banda. Es un simple ciclo, el más fuerte se come al más pequeño. Yo nací fuerte, por lo tanto estaba predestinado. Esta es mi vida. Esto es lo que soy.
-Dámela.- Respondo, en tono autoritario, apretando un poco más la pistola contra su frente. 
-...No. Lo siento Rubén, es por tu bien.- En ese momento, miro el reloj. Mierda, no tengo tiempo. Casi puedo sentir como mis pupilas se dilatan, y la adrenalina, que hasta este momento se había mantenido bastante estable, sube como la espuma. Pero me obligo a mantener la calma. No puedo dejarme llevar ahora. Y de repente, recuerdo algo. No me sabía este sito de memoria por haber estudiado los planos. Era simplemente porque había pasado aquí incalculables horas. Y de repente recordé ese pequeño detalle. 
Aflojé un poco su agarre inconscientemente, y entonces escucho lo único que no quería escuchar.
-¡Rubén!- El grito de Miguel resuena en mi cabeza como una sirena de emergencia, que es lo que realmente se escucha a continuación de ese grito. La policía. Puto cabrón mentiroso, pienso, mientras me asomo al pasillo, sin dejar de sujetar a mi padre. Veo al recepcionista, en la misma posición que lo dejé, y presa del odio, aprieto el gatillo de la pistola. Un tiro limpio, en plena cabeza. Lo veo caer, y veo su sangre correr por la moqueta azul. Enseguida vuelvo con mi padre, obligándome a mantener la calma. Lo miro, esperando una respuesta. Y como nada sale de él, simplemente me levanto, indicándole con la pistola y rostro de inexpresividad absoluta que se levante y se pegue a la pared. 
Me dirijo hacia su escritorio y busco en su cenicero ese pequeño agujero secreto que tan recelosamente guarda la llave del último cajón. Abro el cajón de alta seguridad, y, tras rebuscar un poco, encuentro el papel con la combinación. Comienzo a oír tiros, esto es mala señal. Supongo que Raúl y Miguel podrán contenerlos un par de minutos. Miguel. Tengo que darme prisa.
En mi cabeza empiezan a mezclarse sonidos, estoy perdiendo la concentración. Esto nunca me pasa. He estado en situaciones peores. Pero con más hombres. No dejo de oír los tiros, y me esfuerzo por poner la combinación lo más rápido posible.
Al fin, oigo ese "Chas" de la victoria. Ese que indica que la caja fuerte ha cedido. Veo todos los lingotes esperados. Abro la bolsa y comienzo a cargarla todo lo rápido que puedo. Miro el reloj. Ya vamos ocho minutos, y los tiros aumentan de velocidad e intensidad. Me maldigo por no haber cogido otra AK47, con la CZ100 no puedo hacer mucho ahí afuera, tendré que dejar que me cubran, pero en principio esto no se debería haber puesto tan feo.
Sin esperármelo, comienzo a oír suaves pasos en la moqueta. Mala idea, papá. Justo cuando comienzo a recobrar la concentración, te da por hacer lo más estúpido de todo. Me giro, y en una milésima de segundo aprieto el gatillo. Estamos a escasos dos metros el uno del otro. No había posibilidad de fallo. Veo como su expresión cambia, y pasa rápidamente de la sorpresa al dolor, para después caer inerte en la moqueta. Un tiro en la frente, también limpio. Lo miro durante unos segundos, y tan sólo suelto una pequeña carcajada antes de volverme hacia la bolsa. Me siento orgulloso de mi mismo, porque, de nuevo, no siento nada. Una simple vida menos. Un hombre menos. A veces me pregunto si realmente tendré sentimientos. Pero entonces pienso en mi banda, y confirmo que sí. Tengo. Pero muy limitados. 
Sonrío de medio lado, satisfecho. Por fin nos podemos irnos de aquí. Me echo la bolsa al hombro, y alzo la pistola, en guardia. Noto como sin querer golpeo el cráneo de mi padre al pasar. No bajo la vista, excepto para ver como mi bota se ha manchado de sangre. Avanzo, y dejo a los dos cadáveres justo como estaban, los dejo atrás, como simples fardos de basura. No significan nada para mi.
Pero una oleada de calor golpea mi pecho al llegar al hall del banco. Unas tres camionetas de policías equipados de asalto están en frente del establecimiento, más unos cuatro coches patrullas con policías parcialmente armados, nos esperan. Miro a mi alrededor, buscando a los chicos, y tan solo encuentro a unos cuantos cadáveres de civiles esparcidos por el suelo. El rojo y el azul se empiezan a confundir en mi mente. Sacudo la cabeza y frunzo el ceño. No, ahora no me puedo permitir desvariar. Recupero la calma, y busco a Miguel con la mirada. Los encuentro a ambos detrás de un coche civil, intentando contener a la policía. Corro hacia ellos, tirándome al suelo para cubrir los últimos metros de terreno libre sin que pueda ser alcanzado por las balas. Noto el calor del quemazón por pecho, rodillas y antebrazos que me produce el roce con el asfalto, pero es mi menor problema. Al apoyarme contra el chasis, miro a Miguel. Me responde con una mirada de decisión. Ni un poco de miedo. Lo necesito. Ambos asentimos y levantamos las armas, dispuestos a arrebatar las vidas de todos y cada uno de los policías que nos impidan escapar.
Pero todo lo siguiente pasa como una exhalación ante mis ojos.
De repente, veo llegar como un rayo a Isma con el coche. Un halo de esperanza cruza mi mente, pero, antes de que pueda reaccionar, veo que Ismael no tiene ninguna intención de parar. Corre a 150 kilómetros hora torciendo la calle. Ha escapado, nos ha dejado tirados. Un sentimiento de rabia incontenida nace en mi pecho, para acabar en mi garganta. Grito, todo lo fuerte que mis pulmones me permiten. Me quito el pasamontañas, no puedo seguir con ese intenso calor en mi rostro. Que le den. Paso mis dedos por el pelo, poniendo a este en su posición original y con una mirada de rabia y odio total, vuelvo a la carga.
Y justo después de haber acabado con unos 3 policías más, pasa lo más inesperado aún. Un camión entero de los militares aparece por mi espalda, derrapando. En cuanto me doy cuenta, dos cogen a Miguel, mientras un tercero mete un tiro en la sien de Raúl. Cae fulminado al momento. No tengo tiempo de sentir nada, porque noto como dos manos me agarran y tiran de mi cuello hacia arriba. Pero antes de que pueda levantar su arma, yo ya le he dado un codazo en la tripa que lo descoloca, y le he metido dos tiros en el estómago. Me giro bruscamente, para ver que estoy descubierto. Corro rápidamente al primer coche que veo, y tras cubrirme veo que toda la policía que queda está a unos diez metros de mi, con Miguel con una mano al cuello en el centro. Veo todos los cadáveres esparcidos en el suelo, y por primera vez en mi vida, siento miedo. No por todos esos cadáveres sin sentido alguno para mi, sino porque veo más cerca que nunca el fin. Mi fin. Nuestro fin. Alzo la vista, y veo como un oficial alza un megáfono.
-Escuche, deje el dinero, entréguese y nadie saldrá herido.
Chisto, mientras mi expresión se vuelve más dura que nunca. No me queda tiempo. No me quedan opciones. Da igual todo lo que piense, o que alternativas pueda sacar. Nada es válido. Estoy acabado.
Pero, mientras le doy vueltas a esto, noto que llevo aquí aproximadamente dos minutos sin hacer nada. Y veo a través de la ventanilla como un militar con gesto aburrido da una señal al que tiene sujeto a Miguel. Y este comienza a llevarlo hacia la camioneta. Hacia donde tienen las armas.
En cuestión de décimas de segundo, me da tiempo a darme cuenta de muchas cosas. Sé que no puedo parar la ejecución. Sé que siempre ha estado a mi lado. Sé que estos años he vivido como he querido. Sé que lo necesito. Sé que en realidad, no tengo ningún objetivo claro en la vida. Sé que él es la única persona a la que realmente quiero. Sé que mi liderazgo en este mundo, viva o muera ha terminado.
Así que me falta tiempo para abrir la bolsa, sacar de ella un par de granadas, y quitarles la anilla mientras corro como una bala hacia todo el stand de la policía.
Lo último que oigo es un estruendo, el mayor que he oído en mi vida. Lo último que noto es un calor abrasador corriendo por mi piel, y el estallido de todas y cada una de las venas de mi cuerpo. Lo último que siento, extrañamente es paz. Es pura paz, mi vida ha culminado aquí, y ahora estoy seguro de que esto era lo que llevaba queriendo todas estos años.
Y lo último que pienso es: "Este último asalto lo gano yo, este último asalto lo ganamos los dos."

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