miércoles, 12 de noviembre de 2014

Arrastrándome. (Texto extendido de la canción Do I Wanna Know?)

En la soledad de su habitación, o más bien, en el vacío de su casa, tan solo se veía una luz. Una pequeña luz de un haz anaranjado, parpadeante y débil. Por la ventana de aquel cuarto se veían las luces de la ciudad, como pequeñas luciérnagas, guardianas de las calles, que las protegían de lo que la gente más temía: Oscuridad.
Pero había una oscuridad, unas sombras que ni siquiera aquellas potentes y protectoras luces podían alejar.

En una esquina de aquella negra y medio vacía habitación, consumido frente a un papel, se encontraba él. Tratando de plasmar sus demonios en aquella carta, liberarse del peso del silencio. No lo entendía, no podía comprender aquel dolor creciente, encendido por una pequeña llama.
A sus pies, montañas de papeles rotos o arrugados, con cientos de palabras que no lograban satisfacerlo. No eran lo suficientemente buenas.
Un espasmo recorrió su cuerpo, y con rabia, soltó un fuerte puñetazo a la mesa, con un ahogado gruñido, que hizo temblar era pequeña luz vacilante que le iluminaba medio rostro, como una llama que lo iba quemando.
La desesperación iba creciendo, una marea que sube sin control, y que lo ahogaba. Se inclinó sobre la mesa, apoyando los brazos y hundiendo su rostro en ellos. Rodeó su cabeza con los antebrazos y los dedos se enredaron en su pelo negro, fruto de su confusión mental, como si estirando su cabello fuera a producir una buena idea que plasmar en el papel. Porque por alguna razón, sentía que esa era la única manera de decírselo. Porque, a pesar de la fama que le seguía allá donde fuera, de rebelde, de libre, de salvaje sin respeto por nada, ahora había algo que le atemorizaba decir cara a cara.
Así que, con un trago más de aquella botella, y con un poco menos de conciencia que antes, consiguió coger otro papel para intentarlo una vez más.


"Dime, ¿Alguna vez te has sonrojado? ¿Has sentido ese intenso miedo que no te deja moverte? ¿Que no deja cambiar tus mareas? Como algo que se pega a tus dientes y se enreda en tu boca, formando un fuerte nudo.
Desde aquí yo te digo que nunca lo parece. Por eso es que siempre me pregunto que si tendrás algún as en la manga. Porque todo el mundo cree que has caído todo lo bajo que alguien puede caer, y sin embargo tú pareces no inmutarte, como alguien que no se da cuenta de su situación. Pero lo sabes. Oh, bien que lo sabes.

Puede que sea por eso por lo que he soñado contigo ya varias veces esta semana. A decir verdad, casi todos los días. Y ahí, tumbado, pienso: ¿Cuántos secretos eres capaz de guardar? Cuantos guardarás, y, sobre todo, si serías capaz de guardar este. Porque, ¿Sabes? He encontrado una canción que de alguna manera me hace pensar en ti, y es esta misma la que todas las noches pongo en Repeat, hasta que acabo rendido, dormido, ganado una noche más.


Por ti me paso los días pensando: ¿Realmente quiero saberlo? ¿Quiero saber si este sentimiento fluye en ambos sentidos? Porque siempre es triste verte alejándote de mi una vez más. Supongo que de alguna forma siempre espero a que te des la vuelta y te quedes conmigo, ya que empecé a creer que de verdad es posible. Y aún así, me paso las tardes ansioso, a punto de enloquecer, esperando a que anochezca, prácticamente acosando el móvil con la mirada. Esperando un mensaje tuyo. 

Porque ambos sabemos que las noches fueron principalmente creadas para decir lo que no se puede decir con la luz del sol.

Arrastrándome hacia ti. Siempre arrastrándome invisiblemente hacia ti. Porque sé que jamás has pensado en llamarme cuando tenías un poco de tiempo. Y yo siempre intentaba hacerlo. Quizá estaba demasiado ocupado obsesionado por ti, rogando para que me eligieses, aunque no fuese mas que un trapo sucio que tirarías a los dos días. Hasta que me dejases por otro nuevo. 

Y lo mejor de todo es que por nada del mundo admitiría jamás nada de esto, siempre negándome a mi mismo una realidad desesperante. Ahora que lo he pensado bien, lo veo todo claro. Pero da igual, ya que me sigo arrastrando patéticamente para llegar a tu lado.

Y, dime, ¿Tienes agallas? Agallas para volver admitir todo esto, esta enorme brecha que nos separa, esta diferencia que no es más que una similitud gigantesca. Y es que no puedo dejar de pensar que si después de todo aquello tu corazón seguirá abierto, después de tantas y tantas heridas que aún no han cicatrizado. Y, si es así, necesito saber cuando cierra.


Así que, por favor, si lees esto y me vuelves a ver, tan solo cálmate y deja de correr. Deja de alejarte de mi. Deja de hacer lo que quiera que estés haciendo para huir. 

Y si interrumpo mientras estás haciendo algo, es tan solo porque estoy constantemente tratando de esconder mis desesperantes ganas de besarte. 
Pero quizá todo esto sea una gran locura, y no sientes lo mismo. 

Y en esto se resume esta estúpida y absurda carta. En esto se resumen todos mis miedos, mis inseguridades y todas las heridas de mis nudillos. Este intenso dolor de cabeza, y esta mala letra, seguramente influenciada por la botella de whisky vacía en la mesa. Tan solo por saber si tú quisieras estar conmigo. Por una carta, por palabras. Porque me sigue asustando pensar en si esto es correspondido, porque sigo sin saber si quiero una respuesta. Pero estoy seguro que lo que quiero es que te quedes a mi lado, que te des la vuelta y camines hacia mi.

Cualquiera me diría que estoy loco, que no estás a mi nivel. Y es que no es justo que todo el mundo te vea como te ve, ya que en realidad todos, y sobre todo yo, somos una mota de polvo comparados con tan solo uno de los mechones de tu pelo.
Y por eso lo he pensado bien. Es esta carta mi manera de seguir arrastrándome. De sacarte de mi cabeza. 
Y va a ser que no voy a poner esas dos últimas palabras que se dedican los enamorados, porque a este punto quiero conservar lo poco de dignidad que me pueda quedar. Pero, sobre todo, porque puede que tú nunca llegues a pronunciarlas con destino a mis oídos, pero, seguiré esperando que te quedes conmigo, darling."


Sintiéndose desfallecer, escribió aquella última palabra. Esa que escuchó salir de sus labios aquella vez. Y fue entonces cuando media palabra se volvió ilegible, porque letras ligeramente temblorosas se volvieron una gota de agua gris. Él tan solo dobló la hoja con cuidado, por la mitad. Y es que de alguna manera esa carta consiguió calmar sus ganas de ponerse a puños con la pared, pero desató un tipo de tristeza que no había experimentado antes. La impotencia. Y mirando hacia el trozo de papel, supo lo que tenía que hacer. Así que sin dudar ni un momento, seguramente por la influencia del alcohol, abrió de par en par la ventana, sintiendo como un gélido viento de Diciembre le abofeteaba la cara, y enfriaba todos y cada uno de sus huesos. Se subió a la mesa, para poder sacar medio cuerpo por aquella ventana, quedando expuesto a la oscuridad de aquella calle. Extendió el brazo con la carta a la altura de su cabeza, y con la mano que le quedaba libre, hizo lo que en aquella vieja película vio. Sacó de su bolsillo aquel mechero que había encendido infinidad de cigarros, y con seguridad puso la llama justo debajo del papel.

Quizá fuera por el frío que entumecía su cuerpo, quizá por su borrachera evidente, o por esa voz en la cabeza que le gritaba que quemar aquella carta sería un suicidio. Pero el caso es, que en su mente hubo duda. Hubo duda durante el tiempo necesario para que aflojase la presión de los dedos, provocando que una ráfaga de viento le arrancase la carta de la mano. Y la vio alejarse. La vio volar lejos, desconsolado. Vio como desaparecía mientras se apoyaba en el alféizar de la ventana. Y no la volvió a ver. Dio igual el tiempo que pasara congelándose, y congelando sus lágrimas en la ventana. Aquella carta no volvería jamás.
Pero lo que él no sabía es que volvería, pero desde luego no como esperaba.

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