martes, 20 de enero de 2015

Carta de un alma nueva.



Antigua Rusia
7 de Marzo de 2132

Jamás llegué a entender por qué en cuanto pasábamos caminando al lado de la gente, susurraban que no eramos, o más bien, que no somos humanos. Tampoco llegué a preocuparme por sus miradas asustadas, ni por sus llantos escondidos. No supe descifrar a que se referían cuando nombraban que estamos condenados para siempre. Y por encima de todo, nunca acabé preguntándome ni cuestionando cosas. 
    Porque yo lo sabía. Sabía que era humana. Sabía que fui parida por una mujer de raza humana. También sabía cuáles eran (y son) cada una de las partes de mi cuerpo, porque podía sentirlas. Reconocía mis pensamientos, mis ideas, mis funciones. Sabía de sobra que era un organismo totalmente orgánico. Podía ver mis nudillos, y cada uno de los tendones perfectamente dibujados en mi piel, siendo únicamente reales.
    Pero lo que definitivamente sabía es que yo y mis compañeros eramos mejores que el resto, desde que nacimos. Nuestros destinos estaban atados a esto, no se podía escapar. Porque nosotros fuimos preparados para correr kilómetros sin cansarnos. Porque podemos realizar movimientos que los civiles jamás podrían ejecutar. Porque sabemos manejar todo tipo de armas desde que tenemos uso de razón. Porque nuestros músculos son capaces de ejecutar una orden de movimiento en tres cuartas partes de tiempo menos de lo común, y porque en el tiempo que dura la misma podemos encajar el siguiente sin apenas darnos cuenta de ello. Porque estamos capacitados para sobrevivir en cualquier tipo de lugar, situación u hora. Porque nos han preparado para no dejar que dolor alguno nos frene. Porque vivimos para ser perfectos. Perfectos como una máquina de guerra.
    Y yo no tenía queja, porque no conocía el sentimiento de disconformidad. Porque viví en ese campo preparatorio toda mi vida. Mi destino estaba prensado solamente por los genes que acarreaba consigo el apellido de mi familia. Para mí jamás existió algo más.
No recuerdo cuando fue la primera vez que oí el sonido de la sangre gotear en el suelo. Tampoco el primer callo fortalecido de mis manos. No recuerdo cual fue el primer balazo enterrado en mi carne, ni mi primer hueso roto. No puedo retroceder hasta el punto en el que mis caderas, piernas, brazos y espalda sentían dolor por horas de ejercicio. No identifico el impacto que supuso para mí ver los primeros ojos carentes de brillo, sin su consecuente vida detrás. Tampoco soy capaz de recordar cual fue el primer hombre que maté. O quizá mujer. Por mucho que lo intento no veo en mi mente desde cuando visto este traje verde. Esa era mi vida desde mi minuto cero en este mundo. 
    Pero ahora veo que hay cosas que no recuerdo, porque jamás viví. Jamás había oído una risa proveniente de alguien que conocía, y estoy segura de poder contar con los dedos de las manos las que oí en total. Tampoco recuerdo sentir alivio por nada, tan solo una constante tensión. Tensión en los hombros, en las manos, en las piernas, en el cuello. Tensión. No conocía el miedo, jamás lo sentí. A fin de cuentas, no había sido preparada para ello. Ni un espasmo nervioso había pasado por mi columna vertebral, no podía permitirme el lujo de aquello. Nunca sentí el calor del sol penetrar mi piel, ya que esta no estaba jamás descubierta. La compasión era un misterio. Porque aunque era yo la que constantemente veía a gente llorar desconsolada por el dolor de alguien más, jamás entendí por qué aquella pérdida de tiempo útil. Ni siquiera recuerdo un mísero atisbo de alegría por absolutamente nada.
    Aunque siempre hay una primera vez, y por eso estoy escribiendo todo esto. Y es que aunque tampoco lo había hecho nunca, ahora solo puedo dar las gracias porque hace dos años, a mis veinte, me enviaran a la Antigua Rusia y no a cualquier otro lugar.
Porque ha sido en este tiempo cuando he podido comprender todo lo que los civiles susurraban cuando yo y mi patrulla pasábamos, armas en mano. Yo jamás fui humana, porque a mí me faltaba algo, que es lo más básico que tiene un ser humano. Y no pude verlo.
Jamás sentí lo vacío que estaba mi pecho mientras patrullaba edificios caídos de ciudades destrozadas, o mientras acataba ordenes de... lo que fuera. Porque jamás me habían enseñado otra realidad. Jamás me habían enseñado lo que en realidad significa un corazón. En aquel antro militar simplemente nos enseñaron a vivir... sin sentimientos.
    Pero como soy técnicamente una mujer de raza humana, traigo conmigo lo que soy. Y aunque se hubiera pasado toda mi vida bloqueado, mi cerebro siempre ha tenido la habilidad de sentir. Y eso es algo que un humano no puede reprimir.
    Y fuiste tú. Porque soy una humana, fuiste tú. Porque no fui perfectamente pulida, fuiste tú. Porque sí que puedo recordar la primera vez que te vi. Porque veo en mi mente aquella puesta de sol que me relajó por primera vez en mi vida. Porque aún puedo sentir el calor tan agradable que me golpeó en la mejilla la primera vez que me quitaste el casco en una zona exterior. Porque recuerdo también lo que sentí al reír por primera vez, curiosamente contigo. Porque aprendí lo que era la amabilidad cuando me recogiste cuando estuve a punto de morir, y porque comprendí lo reconfortante que era que alguien llorase por mí. Porque me enseñaste a que debía juzgar antes de apretar el gatillo.
   Y empecé a sentir. Y empecé a vivir. Y comencé a ser humana, porque tú me enseñaste el verdadero significado de vida. Y no eras otro que tú el que me consolabas con tu sabiduría de maestro, cuando comenzaba a pegar puñetazos a las paredes por haber malgastado veinte años de mi vida sin sentir, sin pensar, sin ser, sin creer, sin ser humana. 
     Pero estaba asustada, ya que lo que me estaba haciendo feliz, al mismo tiempo me volvía débil.
Sentí miedo por primera vez al verte caminar solo por una calle sin patrullar. Sentí desesperación al caminar por un campo de batalla ya sin rastro de vida, aunque no fuese ni de lejos el primero que pisaba. Sentí duda cuando no debía, impidiéndome actuar, poniendo así en peligro mi propia vida. Sentí nervios la primera vez que me debí marchar de tu lado para entrar en batalla completa.
Ya no era lo que solía ser, mi mecanismo perfecto había sido dañado. Ya no era más la máquina perfectamente engrasada. Ahora sentía, sentía mucho. Y comprendí por qué tanto esfuerzo en rebanar nuestros corazones desde que nacimos. Sólo era un impedimento para lo que debíamos ser.
    Ahora, créeme que me lamento cada vez que recuerdo las vidas que he quitado. Porque ahora sé que ellos sentían, igual que yo lo hago ahora. Y créeme también cuando te digo que aunque esté tirada e impotente en medio de la batalla, soy feliz de haber encontrado este pedazo de papel.
Porque quería dejar constancia de que tan solo he fallado por ti, que me has enseñado a ser humana. Y aprovecho para decirte que jamás sentí tanto dolor como ahora, y no precisamente por las balas enterradas en mi estómago y algo más arriba, si no porque sé que jamás te volveré a ver. Eso me aterra. Y tan solo espero que aquella historia que me contaste una vez sobre subir más arriba del cielo sea cierta, porque quiero seguir sintiendo. Porque hasta este dolor que incluso me ciega es maravilloso.
Tan solo me arrepiento de haber nacido en esta época, en esta inútil "tercera guerra mundial". Me arrepiento de haber llevado este apellido. Y me arrepiento de no haberte conocido antes.
Así que gracias, y recuerda siempre que eres a la primera persona (y seguramente a la única) que he podido querer. Grac










No hay comentarios:

Publicar un comentario