Yo siempre he mirado con ojos de admiración hacia el otro lado de la humanidad. Porque está claro que existe una barrera, que a veces no es fácil de ver. Muchas veces solemos confundirnos, ver falsas ilusiones e interpretar los mensajes de una manera errónea. Pero el mundo se divide en dos partes. Creo que va a ser más fácil llamarlo blanco y negro.
No, no me refiero a la luz o a la oscuridad. No me refiero a ningún moralismo ni estereotipo. Ni siquiera me refiero a algo en concreto. Simplemente es una manera de diferenciar los opuestos, con algo tan simple como lo que entra por la vista.
Yo siempre ahí, atascada en el más puro de los blancos. Siempre con más altruismo que narcisismo. La última de la cadena por causas puramente naturales. Desde nacida siendo amiga de los perros, fieles y sobre todo humillados compañeros. Soñando con mundos que no son míos, o que siquiera son de este espacio-tiempo. Sintiendo dolor ardiente y molesto en el pecho por causas ajenas a mi mero ser. Miedosa a los "no" y resignada a los "sí". Pensando en el pánico a cada segundo. Sintiéndolo constantemente. Y sobre todo, siendo pisoteada como costumbre, pero a gusto, porque fácilmente soy capaz de apoyar la cabeza en el frío suelo para que sirva de escalón. Para eso estoy creada. Y es que cada uno se complementa con lo que puramente le representa.
Pero, sin embargo, siempre me ha gustado el negro azabache. Siempre me han parecido bellos y respetables los honorables lobos, o los elegantes gatos. La noche me ampara, me tranquiliza y me resguarda. Siempre tengo algún tipo de espasmo nervioso que me impulsa a correr. Querría gritar, saltar, romper, golpear. Me gustaría saber con certeza que esta es mi realidad, mi mundo y mi lugar. Cerrar los puños sin sentirme culpable. Sentir un poco menos. Respirar un poco más. Y quizá por esta laguna en el techo de mi mente, siempre acabo teniendo macabros planes para degollar a quién sea que se me pone delante.
Resumiendo y sin más remedio acortando, el mundo se puede dividir en fuertes, y en débiles. Débiles se postran, fuertes los pisan. Ambos son necesarios, son complementarios. Una escala parecida a un enorme Yin-Yang con límites claros y distinguidos.
Y yo siempre sintiendo que yo podría ser algo diferente, algo contrario. Sintiendo que podría ser ese punto blanco del lado negro, y dejar de ser el punto negro del lado blanco. Pues sé que aunque mi corazón se prende con carbón negro, mi mente se ilumina necesariamente con pura luz blanca. Y también sé que la gente parece confundida por la manera en la que espero y quiero usar mis talentos. Jamás ha sido bien visto ser la antorcha de la cueva.
Porque también afirmo en las profundidades de mi propia cabeza que soy capaz. Que soy fuerte. Que puedo. Y siempre lo he hecho. Y créeme cuando te digo que mi pecho está lleno de una calidez desbordante y colorida, aunque por fuera tan solo parezca ser un gran trozo de hielo macizo.
Pero mírame, pequeño amigo desconocido. Tú sigues leyendo esto, mientras yo escribo este confuso fragmento. Tú sigues comprendiendo, y yo sigo en silencio tratando de hablar. Sigo sin actuar. Sigo sin mover. Sigo manteniéndome en la clara y segura luz, con el pánico se ser consumida por la potente y hipnotizante oscuridad.
No sé en que lado de la balanza estás, ni quiero saberlo. No deseo que me ayudes, ni que me dejes. No quiero que rabies, ni que llores. Y supongo que así es mi vida. Un límite entre extremos extremadamente extremados y al mismo tiempo asombrosamente ligados. Así que, tú que puedes, dime: ¿Dónde pertenezco?
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