jueves, 8 de octubre de 2015

Gotas.

El húmedo vaho va deshaciéndose en finas líneas, dejando ver sin tapujos la transparente superficie del cristal. Bajo la presión de un dedo que va recorriendo la mampara lenta y tranquilamente, letras van dibujándose una tras otra, dejando bajo ellas el camino de las pequeñas gotas condensadas, que caen junto al resto, esperando su trágico final.
Una cascada de dulces columnas de agua caliente inunda la cabeza y el cuerpo de la chica, que sigue a su dedo más que su dedo a ella. No sabe muy bien por qué está haciendo esto, ni por qué lleva alrededor de una hora sentada en el plato de la ducha. De alguna manera, el agua le hace sentirse limpia, pero no en el sentido literal de la palabra. Limpia, como si no tuviera remordimientos. Limpia, como si no se arrepintiera. Limpia, como si no pudiera sentir ese triste y duro dolor. Pero sabe mejor que nadie que esto no es cierto. Si fuese así, ¿Por qué debiera de sentirse así ahora mismo? O, más bien, ¿Por que se siente así cada segundo que consume?
El pelo -mechón húmedo, mechón empapado- le cae por la cara, y en ocasiones le llega a tapar los ojos, los mismos que están perdidos, ausentes, mirando a la nada. Pequeñas gotas corren brillantes por su mandíbula, para acabar cayendo como un gotero desde su barbilla. Los hombros completamente rojos por el golpeteo constante del agua están caídos, encogidos, recogiendo a su cuerpo en un cálido abrazo. No sabe bien si tiene frío o se está asfixiando. Y tampoco le importa demasiado. Lo único en lo que puede pensar es en el penetrante sonido del agua, entrando por sus oídos, alojándose en lo más profundo de su mente. Llega un punto en el que cierra los ojos, y exhala, para volver a ese instante.
     <<Una fría tarde de invierno, una tormenta repentina. Manos en los bolsillos y pasos pesados y lentos. No quería volver a casa, no quería quedarse ahí. ¿Que se hace cuando te das cuenta de que tu voluntad hace tiempo que no depende de ti? Había sido robada, robada por alguien sencillo, alguien que no destaca. Y ahora la manejaba a su antojo, como si fuera poderoso, como si fuera el amo y señor de esta pequeña torre que estaba a punto de quedarse en ruinas. Solo verlo cruzar la calle, de repente, difuminado entre la lluvia, le hizo recordar que seguía atada a él. Y pensar que creía que estaba a punto de retomar el control, después de tantos meses...
Un charco en el que las gotas de lluvia crean pequeñas ondas. Un charco donde se refleja su rostro, triste, vacío, gris. Rápidamente aparta la vista. No quiere mirarse, ni siquiera quiere conocerse.>>
     Escribe el punto final a la frase, y despierta de su repentino letargo. Ladea ligeramente la cabeza, como para entender mejor por qué se ha puesto a hacer semejante tontería. Piensa instantáneamente en ese película, y en su consejo para matar el dolor. Esto no se parece en nada. Entonces, ¿Por qué? Se pasa una mano por el pelo, y se apoya en la pared, sin dejar de mirar el pequeño escrito entre el vaho. La claridad entre lo difuminado. Es irónico, piensa, mientras esboza un atisbo de sonrisa. Él es la única cosa que ya no entiende de este mundo, y la única que querría comprender. Y ahora ese mensaje hacia él es la única cosa clara en esa sala.
Alza el rostro, dejando que el agua le golpee suavemente, poco a poco, un buen rato. No termina de ser agradable, pero logra despejar la niebla de su mente. Lo recuerda.
     <<Día gris y vacío de Octubre, la lluvia hacía acto de presencia intermitente. Algo así como la atención del chico. Y ella no podía dejar de preguntarse que pasaba por su mente. Rara vez lo había visto así, y lo conocía, lo conocía lo suficiente como para saber que algo no andaba bien. Pero no se atrevió a preguntar. Dirigió la mirada a la ventana, donde las pequeñas gotitas se agolpaban y hacían carreras entre ellas, intentando animar un día tan triste. Pero nada podría conseguir un fin tan noble esta vez.>>
    Lentamente, apoya el brazo izquierdo en la misma rodilla. No quiere salir de allí, no es el momento. De hecho, le gustaría quedarse en ese pequeño cubículo por siempre. Pero en lugar de pensar en eso, prefiere mirar las gotas deslizarse por su brazo, hasta cada una de las puntas de sus dedos. Paran ahí unos segundos, como preparándose para morir. Después, simplemente, caen. Y casi instantáneamente, son sustituidas por unas nuevas, igual de brillantes. ¿Es esto lo que está pasando en su interior? ¿Sus tristes y gastadas emociones están preparadas para morir? Quizá sea hora de sustituirlas por otras nuevas. Al fin y al cabo, la palabra "estrenar" siempre ha sido bonita. Y "esperanza" siempre suena bien.
    <<Tarde cualquiera de un fin de semana lluvioso, Enero era más frío de lo ya habitual. Como cada día, ella no podía de darle vueltas a su ya semi rota cabeza. Es increíble que siguiese pensando en él, cuando ya no recordaba la última vez en la que se dignó a dirigirle la palabra. Y aún así, no podía dejar de sentirse culpable. No supo ayudar, no supo hacer nada. Y así estaba pagando. Es ella la que estaba sufriendo esta vez. De alguna manera podía comprender la situación en la que se encontraba, pero siempre había sido una egoísta. Le asustaba pensar en cuanto lo quería. Pero no podía hacer nada, y la impotencia, se suele decir, es la peor de las sensaciones.>>
     Poco a poco, cierra el puño. No lo soporta. Cada vez que ese angelical rostro cruza por su mente, acompañado de cualquier recuerdo, siente que le falta el aire. Se encoge sobre si misma, abrazando las flexionadas piernas con los brazos, buscando encogerse, desaparecer. Tonta, tonta es lo que es. Sabe de sobra que el agua quema, arde. Duele más que cualquier fuego con el que quemar una carta. Le golpea el cuerpo, recordando vivamente cada uno de los días de las estaciones frías. Recreando su interior a la perfección. Nunca la ha curado, y ella lo sabe. Igual que sabe que no puede seguir así.
Entre todas las gotas de agua, dos pasan desapercibidas. Dos gotas diminutas, que se deslizan al compás por las mejillas de la chica. Dos gotas, solo dos gotas. Dos gotas que caen, y se pierden por el desagüe. Gotas que, de alguna manera, se llevan el dolor, o al menos, tanto como pueden cargar. Y así ella se levanta, y cierra el empapado grifo. Como siempre, deja todo su pesar entre el vaho, algo que hace tiempo aprendió a hacer. Pero esta vez, algo más se queda en la pequeña habitación húmeda:
"Ya no puedo necesitarte".







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