Hace calor. El chico
mueve las piernas frenéticamente, no puede mantenerse quieto. La
silla le parece incómoda, la sala le parece incómoda, su flequillo
le parece incómodo, incluso el aire que respira es absolutamente
insoportable. Nunca ha podido estar en un hospital, odia el olor a
antiséptico, metal y a muerte que hay en el ambiente.
Se cala un poco más la
capucha, da un par de taconeos en el suelo, mete las temblorosas
manos en los bolsillos de la chaqueta y se hunde en la silla.
-¿Quieres estarte
quieto?
Mira lentamente hacia
su hermano, para encontrarse con un rostro severo. Pero puede verlo,
ese brillo en sus ojos le indica que él también siente miedo. No
sabía siquiera que eso era posible en su recto y pródigo hermanito.
Aun así, decide obedecer. Esta vez y como siempre, él mismo tiene
la culpa de toda esta mierda, por mucho que le corroa admitirlo.
“Joder, que bien me vendría ahora un poco...”
La sala de espera
está vacía, a excepción de ellos mismos y un viejo conserje. Tiene
un tic en el ojo derecho, y eso le pone nervioso. De vez en cuando
puede ver a algún hombre -de edades bastante dispersas- pasar por la
habitación, sólo para coger otro pasillo hacia algún lugar. Todos
tienen ese aspecto de profunda demacración y miseria. Todos con la
mirada perdida, y etiquetados como ovejas. Al parecer, ni siquiera
pueden caminar por su cuenta, siempre guiados por esos... encargados,
o como quiera que los llamen. Sonríe, en un gesto lleno de ironía,
y baja la mirada a sus botas. Sabe perfectamente que no es mejor que
toda esa gente, y eso le hace sentir ansioso. Lo único que puede
hacer es revolverse en su asiento. No sabe cuánto tiempo llevan
esperando. Sólo sabe que la situación se le está saliendo de
control, como siempre. Lo necesita, lo necesita ya.
-¿Joshua? ¿Joshua Penber? -un hombre de unos cincuenta años aparece por uno de los pasillos con una bata blanca y una carpeta. Típico, piensa. Se levanta del asiento casi al mismo tiempo que su hermano, y traga saliva. Esta situación le resulta vomitiva, y eso es exactamente lo que siente ganas de hacer ahora mismo-. Ah, es usted. Bienvenido al centro, Joshua. Sabe ya que pasará aquí tres días y tres noches, ¿Verdad?
Lo único que se le
ocurre hacer es asentir. Le habían comunicado todo días antes, vía
e-mail. Pero antes de que el hombre pudiera seguir hablando, una
fuerte mano le agarra el antebrazo y, con voz casi inaudible pero
firme, le dice:
-¿Puedes hacer el favor
de quitarte esa capucha? Estamos ante un doctor.
Josh va sintiendo cada
vez más presión en el punto de agarre, pero permanece unos segundos
así. Tiene la manía de medir fuerzas constantemente con su hermano,
de desafiarlo, provocarlo. Pero rápidamente recuerda que ya no puede
permitirse comportarse de esa manera. Ahora está metido en ésto
hasta el cuello.
Pega un rápido tirón,
liberándose de la mano, y rápidamente se baja la capucha. Acto
seguido, agita ligeramente la cabeza para intentar situar el
despeinado flequillo y clava la vista en el suelo. Patético, piensa.
El doctor, por su parte, no muestra ni un ápice de sorpresa, y tan
solo continúa con su expresión estándar. Debe de haber visto
escenas de peor calibre en lo que lleva ejerciendo su profesión.
-Gracias. Bueno, como iba
diciendo -prosigue con total calma el hombre-, ya está todo preparado. Y... Aquí puedo ver que no hay solicitud de terapia conjunta con el
señor... Dave. ¿Su hermano mayor? -ambos asienten, su hermano con
una impecable sonrisa dibujada. Duda que sienta una mínima razón
para sonreír-. De acuerdo... Entonces, todo bien. Les dejo dos
minutos para que se despidan.
El hombre se da media
vuelta, y se apoya en la pared de uno de los pasillos, fingiendo leer
los papeles.
Muy a su pesar, Josh
comienza a girar para encontrarse cara a cara con Dave. No sabe que
decir, realmente no quiere decir nada. Solo quiere... Salir de este
loquero.
-Joshua, escucha...
-comienza a hablar su hermano, incapaz de mirarle. El chico cada vez
siente más náuseas, solo quiere salir corriendo- de verdad quiero
que te recuperes. Esto es muy duro para todos. Y supongo que no es
del todo tu culpa haber acabado en esta situación.
-¿En qué situación
exactamente, si se puede saber? -le encara, aunque en voz baja. No
soporta que la gente utilice otros términos para ocultar su
problema- ¿En la de haber acabado como un puto adicto a la heroína?
¿Es ésa?
-Josh, por favor...
-¿Cuántas veces tengo
que repetirte que no quiero que me llames Josh?
Dave suspira nervioso y
se lleva la mano al pelo, hace rato que ha notado la inquisitiva
mirada del médico y el conserje sobre ellos.
-Vale, de acuerdo Joshua
-acaba diciendo-. Espero que esto salga bien. Llamaré siempre que
pueda a la residencia, para ver cómo te va. ¿De acuerdo?
-Claro, por supuesto
-responde el joven, irónico. No cree posible sostener este falso
sentimiento de hermandad durante mucho más.
Tras una pausa de
silencio, en la que cada hermano mira a sus propios zapatos, el mayor
toma la iniciativa:
-Cuídate, por favor. Nos
veremos pronto.
Esta vez, Dave no
recibe respuesta. Solo una mirada que no sabe interpretar de los ojos
negros del joven. Siendo así, lo único que le queda por hacer es
soltar un largo suspiro, echar un último vistazo a su hermano
pequeño, y darse la vuelta. Josh no dice nada, tan solo fija por un
instante la mirada en la gran espalda de su hermano. Ahora tan solo
le parece otro más, uno de los tantos que le ha abandonado durante
el pasado año. Pero por alguna razón, oír esos pasos alejándose
en el silencioso edificio le causa un dolor agudo, un sentimiento
amargo. Se obliga a tragar saliva, y contener una fuerte arcada, a la
vez que trata de bloquear sus pensamientos. Si no lo hace, pronto
saldrá corriendo a por un chute, como tantas otras veces. Contra la
voluntad de su cuerpo, se gira lentamente, y con los puños
apretados, camina hacia el doctor. Éste le está hablando, pero no
es capaz de escuchar nada. Solo se concentra en mover una pierna tras
otra, poco a poco. Sin pensar en nada. Reprimiendo las lágrimas que
amenazan con caer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario