lunes, 28 de diciembre de 2015

El Color de lo Ensombrecido - Capítulo 4

-Respira, Josh, respira.
El chico se lo repite a si mismo en un tono casi inaudible entre inhalo y exhalo, no va a llorar, no puede llorar. Tras un rato, decide incorporarse. Se fija en que la televisión está apagada y la bandeja y su ropa ya no están dónde las dejó. Seguramente habrán metido las prendas en el armario, pero ni se molesta en comprobarlo. En su lugar, se deja caer en la cama, y se arrepiente nada más hacerlo: había caído ligeramente de costado, justo dónde se encontraban sus heridas. Suelta un ligero quejido y chasquea la lengua. Putos imbéciles, dice a regañadientes. Recuerda bien el día de esa última pelea. Aunque, más que pelea, podría llamarse paliza.

<<Era entrada la madrugada, y Joshua paseaba por las calles del barrio bajo, enterrado en su sudadera negra, que combinaba con sus ojos: oscuros, tétricos, amenazantes. Estaba destrozado, Dave se había comunicado con él hace un par de horas, y eso que no sabía siquiera que tenía su contacto telefónico. En cuanto su querido hermano había nombrado la palabra “desintoxicación”, colgó la llamada y soltó una gran patada a un coche de por ahí. No sabía que hacer, ni siquiera dónde ir. Esa misma tarde se había peleado con JB, su único aliado, así que tampoco tenía un lugar dónde dormir. Por si no fuera poco, un potente aire de tormenta había comenzado a agitarlo todo. En resumidas cuentas, estaba jodido.
Siguió vagando por las callejas del barrio, esquivando borrachos y algunas prostitutas hambrientas del dinero que no poseía. En esa zona de la cuidad, nada mejor que eso se esperaba encontrar una madrugada de un día laborable. Llegó un momento en el que, de una forma totalmente involuntaria, el chico pegó un ligero empujón hombro a hombro a uno de los dos hombres que en ese momento le venían de frente. Antes de que se diera cuenta, ya había sido agarrado fuertemente del brazo y empujado al callejón solitario que quedaba a la izquierda.
-¿Qué coño crees que haces, puto crío?
Lentamente, alzó la cabeza para inspeccionar a los hombres con una mirada de desinterés. No serían a penas cinco años mayor que él, y tenían la cabeza completamente rapada. Un rápido vistazo a sus sonrisas socarronas y a su tipo de calzado bastó para comprobar lo que ya tenía en mente.
-No me jodas, ¿Vosotros seguís existiendo? -dijo Josh, con un tono calmado, casi divertido-, y yo que pensaba que ya os habíais extinguido... putos skins neonazis.
Tras esto, les soltó una sonrisa y escupió a un lado. Ni siquiera le dio tiempo a respirar para cuando notó un fuerte impacto en el costado derecho: las pesadas botas de uno de ellos habían cargado contra él, lanzándolo al suelo. Fue con tanta fuerza, que derrapó unos cuantos metros. Cuando paró, no supo decir si era peor el lado de la patada o el que ahora tenía en carne viva debido al rozamiento. Sin soltar un solo quejido, intentó incorporarse, pero solo recibió un potente puñetazo en el mentón que lo volvió a tumbar. Se sentía ridículo, acabado. No podría creer que toda la mierda del mundo se hubiera juntado en un solo día para después descargar sobre él de repente. Le dolía todo el cuerpo, se sentía mareado y tenía un enorme vacío en el corazón. Pero se obligó a levantarse, una vez más. Y la misma tristeza que le envolvía se convirtió en rabia, para conseguir asestarle un gancho en el estómago a uno de ellos, y rematarlo con un fuerte rodillazo en la nariz cuando se dobló por el dolor. Pero no tardó en notar una fuerte mano agarrándolo por el cuello, y su cuerpo siendo estampado brutalmente contra la pared. Escuchó un ruido seco: su cabeza golpeando fuertemente contra los ladrillos. Después de eso, una risa, y oscuridad.
Despertó cuando el sol despuntaba entre los edificios. Hacía frío, mucho frío, y no podía pensar en nada. Se quedó un rato ahí tirado, sin consciencia alguna, hasta que poco a poco, el dolor fue inundando su cuerpo. No tardó mucho en darse cuenta que aún después de haberse quedado inconsciente, los malnacidos lo habían seguido golpeando por diferentes partes del cuerpo. Se llevó una mano al costado y otra a la parte posterior de la cabeza, y se incorporó como pudo, apoyándose en la pared. Observó que, además de la vil paliza a un inconsciente, también se habían tomado las molestias en volcar un cubo de basura sobre él. Chasqueó la lengua al notar que, efectivamente, en la noche anterior había llovido, y vaya si lo había hecho. Estaba empapado de pies a cabeza, y pequeñas gotas de agua se formaban en las puntas de su flequillo para después caer ante sus ojos. Estaba seguro de que cualquier persona podría confundirlo por un vagabundo en estos momentos. Pero una sonrisa sarcástica se le formó en los labios cuando pensó que, al menos, el problema de dónde pasar la noche se había resuelto.
Sin pensar mucho en ello, se levantó y comenzó a dar unos tambaleantes primeros pasos. No quería pensar en la brecha que se había abierto en su orgullo al dejarse ganar con tal facilidad, él, Joshua Penber. Así que se puso la capucha, metió las manos en los bolsillos, y inspiró una profunda bocanada de aire de cara al cielo, pero con los ojos cerrados. Ya daba lo mimo, de todas formas, debía conseguir dinero cuanto antes.>>

El chico mira por la ventana, día soso y sumamente triste. Decide que lo mejor que puede hacer es darse una ducha, para aclarar las ideas y purificar la mente. Y, de paso, mirar cómo van las heridas. Así que dicho y hecho, entra en el baño y comienza a desvestirse, mientras deja que el agua se vaya calentando y el cuarto se llene de vaho. Por supuesto, hay un platillo de ducha, y no una bañera. Hay bastantes formas de cometer suicidio en una, piensa, mientras sonríe. Se observa por un momento los brazos y las piernas, junto con el torso frente al espejo. Está pálido, y bastante delgado. No le importa demasiado su aspecto, pero se siente nostálgico. Hacía mucho que no repara en su físico, y ahora es capaz de notar su bajada de peso hasta en la cara: los huesos de las mejillas comienzan a marcarse levemente, así como su mandíbula empieza a sobresalir más de la cuenta. Le resulta lejano, casi imposible que en su día fuese un apasionado del deporte. Era realmente bueno en casi todas las actividades que realizaba, y tenía una excelente resistencia y condición física. Comienza a pasear una mano por su estómago, recordando como los marcados abdominales se situaban ahí hace tiempo. Ahora sólo es capaz de notar su fina y lisa piel estremecerse bajo el tacto de sus fríos dedos. Suspira levemente, se da media vuelta y se mete bajo el agua ya caliente de la ducha. Deja que los músculos se relajen bajo el agua, y se quita los parches del costado y de la coronilla. Definitivamente, son mucho más prácticos y cómodos que los vendajes tan cutres que se había hecho él mismo. Pero, de todas formas, fue horrible observar la cara del doctor cuando vio los deformes puntos cosidos en su cabeza sin orden ni cuidado alguno. Sabía que le iban a hacer un reconocimiento completo, y sabía que le descubrirían. Pero poco más se puede esperar de un médico ilegal que ejerce en una bajera mugrienta a cambio de un par de gramos, tiempo bastante escaso y una aguja oxidada. Al menos, no le cortó el pelo, que algo es algo. Había bastantes más probabilidades de infección, si, pero gracias a ello ahora no parece un monje. Tiene la esperanza de que cuando la cicatriz se cure completamente, la hinchazón baje y no sobresalga de su pelo una hilera de carne amorfa.
Olvidando la cabeza, pasa a analizarse los costados. En el derecho, tiene un gran moratón que ya posee toda la gama de morados y la mitad de la de amarillos. Se lo toca muy ligeramente, y por suerte nota que ya no siente el gran dolor que le invadía la zona los días anteriores. Pero el lado izquierdo es otro cantar. Dirige su mirada hacia la desagradable costra marrón que le está cubriendo la zonas en carne viva, y frunce ligeramente el ceño. Seguro que la pomada que le han dado va a escocer, y mucho. Además, piensa en la marca que probablemente quede plasmada en su piel y se muerde el labio. No lo importaría demasiado si la pelea hubiera sido en otras condiciones, pero ésa va a ser la marca de su primera derrota oficial, y eso le carcome enormemente. Aunque realmente no debería importarle, está en el centro para recuperarse, para no volver a la vida de calle. Pero para nada se ve a si mismo llevando una vida normal, volviendo con Dave, retomando sus estudios. Para él, cuando salga del centro, nada habrá cambiado. La oscuridad del día va a ser igual, las alcantarillas van a seguir expulsando ese repulsivo olor, y salir corriendo va a seguir siendo el pan de cada día. Correr, correr y correr. Nada más. Pasando su juventud entre callejas, pagando a camellos con el dinero recién sustraído del bolso del alguna anciana lo suficientemente distraída para después pegarse un chute.
Y el futuro, quién piensa en el futuro. El futuro nunca ha sido nada para él, una neblina a través de la que va caminando día a día. Porque hace tiempo que para él absolutamente nada está asegurado, así que el futuro incierto en su vida era tan solo la hora siguiente. ¿Que pasaría? Peleas, tiempo muerto, más droga, un atraco. Qué mas da. Su única obligación consistía en buscarse un sitio donde pasar la noche. De la comida no tenía que preocuparse, el bueno de su hermanito siempre tenía un plato para él. Entraba, arrasaba y se iba una vez al día, sencillo. A ninguno de los dos le convenía más tiempo con el otro, eso estaba claro. No se querían, ¿Verdad? Ni se quieren. Pero a Josh se le hace un nudo en el estómago al recordar los pasos de su hermano alejándose, dejándolo en la clínica, solo. Más solo que nunca.

Se enjabona rápidamente, y se aclara. Aun así, no sale de la ducha. El agua caliente corre sin parar, y es agradable para él no tener ningún tipo de prisa. Cierra los ojos, y hecha la cabeza hacia atrás. Piensa en heroína. Piensa en la falta que le hace. Pero no se permite ponerse nervioso, no esta vez. Por una vez desde que ha entrado en la clínica, desea sentir que tiene el control de la situación. Así que deja que los recuerdos fluyan sobre él, y así como vienen, deja también que el agua se los lleve lejos. No quiere olvidar. Quiere aprender a superar, y a vivir con las cargas del pasado, con heroína, o sin ella.

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