-Respira, Josh, respira.
El chico se lo repite a si mismo en un
tono casi inaudible entre inhalo y exhalo, no va a llorar, no puede
llorar. Tras un rato, decide incorporarse. Se fija en que la
televisión está apagada y la bandeja y su ropa ya no están dónde
las dejó. Seguramente habrán metido las prendas en el armario, pero
ni se molesta en comprobarlo. En su lugar, se deja caer en la cama, y
se arrepiente nada más hacerlo: había caído ligeramente de
costado, justo dónde se encontraban sus heridas. Suelta un ligero
quejido y chasquea la lengua. Putos imbéciles, dice a regañadientes.
Recuerda bien el día de esa última pelea. Aunque, más que pelea,
podría llamarse paliza.
<<Era entrada la madrugada, y
Joshua paseaba por las calles del barrio bajo, enterrado en su
sudadera negra, que combinaba con sus ojos: oscuros, tétricos,
amenazantes. Estaba destrozado, Dave se había comunicado con él
hace un par de horas, y eso que no sabía siquiera que tenía su
contacto telefónico. En cuanto su querido hermano había nombrado la
palabra “desintoxicación”, colgó la llamada y soltó una gran
patada a un coche de por ahí. No sabía que hacer, ni siquiera dónde
ir. Esa misma tarde se había peleado con JB, su único aliado, así
que tampoco tenía un lugar dónde dormir. Por si no fuera poco, un
potente aire de tormenta había comenzado a agitarlo todo. En
resumidas cuentas, estaba jodido.
Siguió vagando por las callejas del
barrio, esquivando borrachos y algunas prostitutas hambrientas del
dinero que no poseía. En esa zona de la cuidad, nada mejor que eso
se esperaba encontrar una madrugada de un día laborable. Llegó un
momento en el que, de una forma totalmente involuntaria, el chico
pegó un ligero empujón hombro a hombro a uno de los dos hombres que
en ese momento le venían de frente. Antes de que se diera cuenta, ya
había sido agarrado fuertemente del brazo y empujado al callejón
solitario que quedaba a la izquierda.
-¿Qué coño crees que haces, puto
crío?
Lentamente, alzó la cabeza para
inspeccionar a los hombres con una mirada de desinterés. No serían
a penas cinco años mayor que él, y tenían la cabeza completamente
rapada. Un rápido vistazo a sus sonrisas socarronas y a su tipo de
calzado bastó para comprobar lo que ya tenía en mente.
-No me jodas, ¿Vosotros seguís
existiendo? -dijo Josh, con un tono calmado, casi divertido-, y yo
que pensaba que ya os habíais extinguido... putos skins neonazis.
Tras esto, les soltó una sonrisa y
escupió a un lado. Ni siquiera le dio tiempo a respirar para cuando
notó un fuerte impacto en el costado derecho: las pesadas botas de
uno de ellos habían cargado contra él, lanzándolo al suelo. Fue
con tanta fuerza, que derrapó unos cuantos metros. Cuando paró, no
supo decir si era peor el lado de la patada o el que ahora tenía en
carne viva debido al rozamiento. Sin soltar un solo quejido, intentó
incorporarse, pero solo recibió un potente puñetazo en el mentón
que lo volvió a tumbar. Se sentía ridículo, acabado. No podría
creer que toda la mierda del mundo se hubiera juntado en un solo día
para después descargar sobre él de repente. Le dolía todo el
cuerpo, se sentía mareado y tenía un enorme vacío en el corazón.
Pero se obligó a levantarse, una vez más. Y la misma tristeza que
le envolvía se convirtió en rabia, para conseguir asestarle un
gancho en el estómago a uno de ellos, y rematarlo con un fuerte
rodillazo en la nariz cuando se dobló por el dolor. Pero no tardó
en notar una fuerte mano agarrándolo por el cuello, y su cuerpo
siendo estampado brutalmente contra la pared. Escuchó un ruido seco:
su cabeza golpeando fuertemente contra los ladrillos. Después de
eso, una risa, y oscuridad.
Despertó cuando el sol despuntaba
entre los edificios. Hacía frío, mucho frío, y no podía pensar en
nada. Se quedó un rato ahí tirado, sin consciencia alguna, hasta
que poco a poco, el dolor fue inundando su cuerpo. No tardó mucho en
darse cuenta que aún después de haberse quedado inconsciente, los
malnacidos lo habían seguido golpeando por diferentes partes del
cuerpo. Se llevó una mano al costado y otra a la parte posterior de
la cabeza, y se incorporó como pudo, apoyándose en la pared.
Observó que, además de la vil paliza a un inconsciente, también se
habían tomado las molestias en volcar un cubo de basura sobre él.
Chasqueó la lengua al notar que, efectivamente, en la noche anterior
había llovido, y vaya si lo había hecho. Estaba empapado de pies a
cabeza, y pequeñas gotas de agua se formaban en las puntas de su
flequillo para después caer ante sus ojos. Estaba seguro de que
cualquier persona podría confundirlo por un vagabundo en estos
momentos. Pero una sonrisa sarcástica se le formó en los labios
cuando pensó que, al menos, el problema de dónde pasar la noche se
había resuelto.
Sin pensar mucho en ello, se levantó y
comenzó a dar unos tambaleantes primeros pasos. No quería pensar en
la brecha que se había abierto en su orgullo al dejarse ganar con
tal facilidad, él, Joshua Penber. Así que se puso la capucha, metió
las manos en los bolsillos, y inspiró una profunda bocanada de aire
de cara al cielo, pero con los ojos cerrados. Ya daba lo mimo, de
todas formas, debía conseguir dinero cuanto antes.>>
El chico mira por la ventana, día soso
y sumamente triste. Decide que lo mejor que puede hacer es darse una
ducha, para aclarar las ideas y purificar la mente. Y, de paso, mirar
cómo van las heridas. Así que dicho y hecho, entra en el baño y
comienza a desvestirse, mientras deja que el agua se vaya calentando
y el cuarto se llene de vaho. Por supuesto, hay un platillo de ducha,
y no una bañera. Hay bastantes formas de cometer suicidio en una,
piensa, mientras sonríe. Se observa por un momento los brazos y las
piernas, junto con el torso frente al espejo. Está pálido, y
bastante delgado. No le importa demasiado su aspecto, pero se siente
nostálgico. Hacía mucho que no repara en su físico, y ahora es
capaz de notar su bajada de peso hasta en la cara: los huesos de las
mejillas comienzan a marcarse levemente, así como su mandíbula
empieza a sobresalir más de la cuenta. Le resulta lejano, casi
imposible que en su día fuese un apasionado del deporte. Era
realmente bueno en casi todas las actividades que realizaba, y tenía
una excelente resistencia y condición física. Comienza a pasear una
mano por su estómago, recordando como los marcados abdominales se
situaban ahí hace tiempo. Ahora sólo es capaz de notar su fina y
lisa piel estremecerse bajo el tacto de sus fríos dedos. Suspira
levemente, se da media vuelta y se mete bajo el agua ya caliente de
la ducha. Deja que los músculos se relajen bajo el agua, y se quita
los parches del costado y de la coronilla. Definitivamente, son mucho
más prácticos y cómodos que los vendajes tan cutres que se había
hecho él mismo. Pero, de todas formas, fue horrible observar la cara
del doctor cuando vio los deformes puntos cosidos en su cabeza sin
orden ni cuidado alguno. Sabía que le iban a hacer un reconocimiento
completo, y sabía que le descubrirían. Pero poco más se puede
esperar de un médico ilegal que ejerce en una bajera mugrienta a
cambio de un par de gramos, tiempo bastante escaso y una aguja
oxidada. Al menos, no le cortó el pelo, que algo es algo. Había
bastantes más probabilidades de infección, si, pero gracias a ello
ahora no parece un monje. Tiene la esperanza de que cuando la
cicatriz se cure completamente, la hinchazón baje y no sobresalga de
su pelo una hilera de carne amorfa.
Olvidando la cabeza, pasa a analizarse
los costados. En el derecho, tiene un gran moratón que ya posee toda
la gama de morados y la mitad de la de amarillos. Se lo toca muy
ligeramente, y por suerte nota que ya no siente el gran dolor que le
invadía la zona los días anteriores. Pero el lado izquierdo es otro
cantar. Dirige su mirada hacia la desagradable costra marrón que le
está cubriendo la zonas en carne viva, y frunce ligeramente el ceño.
Seguro que la pomada que le han dado va a escocer, y mucho. Además,
piensa en la marca que probablemente quede plasmada en su piel y se
muerde el labio. No lo importaría demasiado si la pelea hubiera sido
en otras condiciones, pero ésa va a ser la marca de su primera
derrota oficial, y eso le carcome enormemente. Aunque realmente no
debería importarle, está en el centro para recuperarse, para no
volver a la vida de calle. Pero para nada se ve a si mismo llevando
una vida normal, volviendo con Dave, retomando sus estudios. Para él,
cuando salga del centro, nada habrá cambiado. La oscuridad del día
va a ser igual, las alcantarillas van a seguir expulsando ese
repulsivo olor, y salir corriendo va a seguir siendo el pan de cada
día. Correr, correr y correr. Nada más. Pasando su juventud entre
callejas, pagando a camellos con el dinero recién sustraído del
bolso del alguna anciana lo suficientemente distraída para después
pegarse un chute.
Y el futuro, quién piensa en el
futuro. El futuro nunca ha sido nada para él, una neblina a través
de la que va caminando día a día. Porque hace tiempo que para él
absolutamente nada está asegurado, así que el futuro incierto en su
vida era tan solo la hora siguiente. ¿Que pasaría? Peleas, tiempo
muerto, más droga, un atraco. Qué mas da. Su única obligación
consistía en buscarse un sitio donde pasar la noche. De la comida no
tenía que preocuparse, el bueno de su hermanito siempre tenía un
plato para él. Entraba, arrasaba y se iba una vez al día, sencillo.
A ninguno de los dos le convenía más tiempo con el otro, eso estaba
claro. No se querían, ¿Verdad? Ni se quieren. Pero a Josh se le
hace un nudo en el estómago al recordar los pasos de su hermano
alejándose, dejándolo en la clínica, solo. Más solo que nunca.
Se enjabona rápidamente, y se aclara.
Aun así, no sale de la ducha. El agua caliente corre sin parar, y es
agradable para él no tener ningún tipo de prisa. Cierra los ojos, y
hecha la cabeza hacia atrás. Piensa en heroína. Piensa en la falta
que le hace. Pero no se permite ponerse nervioso, no esta vez. Por
una vez desde que ha entrado en la clínica, desea sentir que tiene
el control de la situación. Así que deja que los recuerdos fluyan
sobre él, y así como vienen, deja también que el agua se los lleve
lejos. No quiere olvidar. Quiere aprender a superar, y a vivir con
las cargas del pasado, con heroína, o sin ella.
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